"La conjunción de un establishment militar inmenso y de una gran industria armamentística es nueva en Estados Unidos […] Debemos protegernos contra la adquisición de una influencia injustificada del complejo de la industria militar. La posibilidad desastrosa de una acumulación de poder inapropiado existe y persistirá". Con estas palabras el presidente y general militar estadounidense Dwight D. Eisenhower alertaba en 1961, en su discurso de despedida a la nación, y al mundo, de lo que estaba por venir: la indomable influencia del entramado de la guerra en la política estadounidense.
Desde entonces Washington ha lanzado cuatro guerras. En ellas se ha gastado alrededor de 2 billones de dólares, sin contar los gastos de reconstrucción, el cuidado a los veteranos o los intereses de los préstamos adquiridos: alrededor de 700.000 millones de dólares actuales en Vietnam, 100.000 millones en la Guerra del Golfo, 800.000 millones en Irak y 320.000 millones en Afganistán, según datos del Congreso. Y estas delirantes cantidades de dinero son sólo una parte del presupuesto de Defensa, que ronda el 25% del total anual, casi un billón de dólares en 2011. El equivalente al PIB español.
Con todos esos dólares en juego no es de extrañar que se considere al complejo de la industria militar estadounidense como uno de los lobbies más poderosos del mundo. Su impacto fuera de las fronteras del país norteamericano adquiere la forma de guerras e invasiones, de muerte y destrucción. Dentro, se plasma en el llamado Triángulo de Hierro formado por el Pentágono, los contratistas militares y los cabilderos. Los peces gordos de esta industria son las multinacionales Lockheed Martin, Boeing y General Dynamics. Lockheed Martin es el epítome del poder del lobby de la industria de Defensa. En 2008 se convirtió en la compañía que más cobró por contratos con el Estado en la Historia del país: 36.000 millones de dólares (unos 27.300 millones de euros), según cálculos de FedSpending.org. La cifra supone un tercio de lo que el país se gastó en educación ese mismo año.
¿Cómo lo hizo? Sólo en las gestiones directas y registradas, Lockheed se gasta cada año unos 15 millones de dólares, según datos públicos recopilados por la organización OpenSecrets. La Lockheed Martin es, por ejemplo, el principal contribuyente de las campañas electorales de Howard McKeon, el jefe del Comité de Servicios Armados de la Cámara de representantes. Otros dos de sus principales contribuyentes son, precisamente, Boeing y General Dynamics. Europa tiene ejércitos poderosos y armamento sofisticado, aunque rara vez los utiliza y eso la hace menos apetitosa que EE UU para las grandes firmas de Defensa.
El dinero gastado en cabildeo en Bruselas por esas empresas es del orden de ocho veces menor de lo que las mismas se gastan en Washington. Pero no es inmune: todas las principales empresas armamentísticas tienen oficina en Bruselas. Las grandes son EADS, Thales (Francia), Finmeccanica (Italia), y BAE Systems (Reino Unido). Combinadas, controlan dos tercios de los alrededor de 90.000 millones de euros del mercado europeo. "El acceso privilegiado de la industria [militar] a la política europea en la ausencia casi total de la sociedad civil representa un serio problema democrático en Europa", según un informe de la organización Corporate Europe.
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