Comienza el otoño en el bosque que rodea a mi casa. Camino para evadirme de los problemas del mundo, del bombardeo informativo que me hace pensar que ya nada tiene remedio para el demente comportamiento del ser humano. Consciente de las guerras e injusticias que nos rodean, atravieso la finca, para poder sentir la tranquilidad del campo y ver las primeras setas y rojizos de las hojas.
Miro hacia el cielo y las golondrinas ya
se han marchado. Es un consuelo saber que todavía tienen a donde ir y a dónde
volver. Sigo el sendero mientras comienzan mis pensamientos.
El campo está verde por las lluvias de noviembre. Pienso que al menos, todavía queda un rincón de paz en el caótico mundo que habito. Me gustaría decir, que me adentro en la naturaleza intocada, pero eso es ya algo casi imposible en el siglo XXI.
El campo está verde por las lluvias de noviembre. Pienso que al menos, todavía queda un rincón de paz en el caótico mundo que habito. Me gustaría decir, que me adentro en la naturaleza intocada, pero eso es ya algo casi imposible en el siglo XXI.
Es evidente la destrucción del entorno y las
especies autóctonas de mi valle. Donde antes había castaños, robles y pinos,
ahora el eucalipto invade a su antojo el terreno, acidificando el suelo y
atentando contra la fauna. Pues, ¿quién se alimenta de sus hojas? ¿Quién anida
en sus ramas? A veces irónicamente llamo a Galicia la Nueva Australia. Y es que
pienso que con el cambio climático y la subida de las temperaturas, en un par
de siglos, con una España desertizada, ¿qué le faltaría a Galicia para
diferenciarse? Tal vez los canguros, o los koalas.
Cambiar, esa es la cuestión, pero parece que
nadie está por la labor de sacrificarse por un mañana en el que ya no estará.
Son tantas cosas las que enferman el mundo.
Sigo caminando, y bajo mis pies el suelo se vuelve negro de repente, cenizas y
polvo. Levanto la vista y me hallo rodeada de un paisaje desolador. Estoy en
una parte elevada del bosque y puedo ver el horizonte. Desde mis pies hasta
los tres montes siguientes de la cordillera se extiende un bosque negro, de
cenizas y muerte. Silencio. Una lágrima resbala sobre mi mejilla y contemplo
muda, inmóvil, la desaparición de la vida.
Este año los especuladores lo han vuelto a quemar por sexta vez en
los 14 años que llevo viviendo en este lugar. Las constructoras tienen interés
en la zona y claro, es reserva forestal. Pretenden recalificar el terreno. No
puede ser reserva donde no hay que reservar. Supongo que ese es su
planteamiento.
Empieza a caer la noche y emprendo el
regreso a casa. En la oscuridad que ahora cubre todo pienso en lo que
encontrarán las golondrinas cuando vuelvan de su largo viaje. Todo ha muerto a
mí alrededor. Empieza la espera por la primavera.
Laura MT, 2000.